El día que viajé a la India

Llegué a la India por primera vez el 24 de Noviembre de 2016 a eso de las 3 am, un día para no olvidar jamás.

Todavía recuerdo ese olor a humo, ese sabor tan peculiar en mi boca (y como ex-fumadora sé muy bien de qué hablo), a quemado, a ahumado… Un sabor que se te metía en la garganta, que picaba.

Me acuerdo de salir por la puerta del aeropuerto de Delhi, Indira Gandhi International Airport, y la sensación fue de como si estuviera dentro de una gran chimenea. En seguida me di cuenta de que respiraba humo puro y duro, esa famosa contaminación de la que se habla en las noticias todos los años, alrededor de noviembre (y de la que yo era ajena por vivir en mi mundo paralelo). Y es que justo llegué a la India en el momento en que se hacen las quemas de los campos en los estados que rodean a la ciudad de Delhi y la calidad del aire es pésima, además de que el nivel de polución está por las nubes debido al tráfico y a las fábricas.

Así que fue una sensación muy extraña porque no sabía qué estaba pasando y pensé, ingenua de mí, que ese era el olor típico de la India (como si hubiese sólo un olor característico a un sitio). Desconocía eso de las quemas o de la contaminación, ni se me había pasado por la cabeza pensar en esas cosas al venir a la India, por lo qué imaginé que era lo habitual (pero pronto descubriría mi error).

Con esto quería decir que esa es mi primera memoria de este país: el de olor a humo, a quemado, a chimenea (como cuando iba al pueblo de mi madre a ver a mis abuelos y volvía a Madrid «oliendo a humo», ese olor que se te pegaba en el pelo y en la ropa y no se iba sin una ducha y ropa limpia).

Pero no nos perdamos con la historia, que me despisto como siempre y cambio de tema, así que vamos a rebobinar y volvamos al origen de mi viaje.

La verdad es que soy una persona bastante despreocupada, no me pongo a pensar en qué va a salir mal por factores ajenos a mí. Es más, me centro en mi ansiedad (sí, tengo ansiedad, qué se le va a hacer) y sólo pienso en eso, así que a la hora de planear algo no lo planifico y «que sea lo que dios quiera» (además, cuando planifico algo nunca sale como lo organizo, por lo que mejor que la vida me sorprenda y no me llevo decepciones). Por supuesto, no iba a ser distinto en el inicio de mi aventura épica y pensando en que mis padres viven muy cerca del aeropuerto de Barajas, en Coslada (a unos 15 o 20 minutos como mucho en coche), pues no caí en la cuenta de la hora punta ni en atascos ni en nada de eso. Así que les dije a mis padres que con salir, como mucho, dos horas y media antes de mi vuelo sería suficiente, por lo que si me avión salía a las 11:25 am el 23 de noviembre de 2016, pues tendríamos que salir a las 9 am como muy tarde, por tanto a eso de las 8.30 am salimos por «si acaso» (gracias a mis padres, que sí son más precavidos que yo).

Y ahí estaba yo sentada en mi pelotilla, mi querido Peugeot 206, mi padre conducía y yo iba de copiloto, mientras que mi madre iba sentada detrás y nos encontramos con el atasco del siglo para incorporarnos a la M-40. Madre mía que ansiedad me dio cuando vi tanto coche parado. Se me pasó de todo por la cabeza, pensé que era una señal del cielo que me estaba diciendo que no me fuese, que estaba loca. Me acuerdo que en la radio dijeron que Rita Barberá había fallecido de un ataque al corazón esa misma mañana, así que me monté una película de que esta triste noticia sumada al atasco era para decirme que mi viaje a la India era una mala idea.

Pero bueno, rezando para que, por favor, no perdiese el vuelo, al final los coches empezaron a avanzar poco a poco y finalmente cogimos la autopista y en nadita llegamos al aeropuerto (por lo que pensé que el universo estaba dándome el visto bueno).

Por fin pude respirar tranquila, ya estaba en Barajas, en la cola de facturación de Aeroflot (sí, lo sé, no era la mejor compañía, pero sí la opción más barata) e intentando no pensar mucho en qué me metía… Y bueno, la vida en muchas ocasiones son casualidades y allí en la cola conocí a una señora que se puso a hablar conmigo y cuando le dije que iba a la India me animó muchísimo y me dijo que me iba a encantar. Fue un chute de positividad dentro de mi «acojone» y me recomendó visitar a su gurú, una señora del sur de la India, Kerala concretamente, la cual le había cambiado la vida. Me hablaba, ni más ni menos, que de Amma (de la que en ese momento yo no sabía absolutamente nada). Y, cosas de la vida, 4 meses después visitaría su ashram y tendría la suerte de recibir su abrazo, pero esa es otra historia.

Facturé, hice las fotos de rigor con mis padres y nos despedimos hasta la próxima, ya que iba con ticket de sólo ida, puesto que no sabía qué me iba a deparar la India y si iba a volver al día o al año siguiente. Así que cogí mi primer avión del trayecto y comenzó mi aventura. Y sí, fue totalmente una aventura. El vuelo se retrasó y llegué a Moscú como media hora tarde, por lo que tenía sólo unos 30 minutos para coger mi siguiente vuelo antes de que cerrasen la puerta de embarque (tenía que cambiar de terminal). Madre mía como corrí, como si se me fuese la vida… No me daba el oxígeno, me ahogaba pensando que perdía el avión (y otra vez me cuestioné la locura de mi viaje, ¿sería otra señal del universo?), pero siempre mi ángel de la guarda me protege y llegué justo a tiempo para subir al avión. Sin respiración, pero llegué 🙂

Ese vuelo de Moscú a Delhi fue mi primera experiencia viajando con muchos indios y, bueno, digamos que dejaron el avión como si hubiese habido una batalla campal. Pero tuve la suerte de sentarme al lado de un chico indio súper simpático que me comentó que vivía en Valencia, trabajaba de cocinero y que era del estado de Punjab (a mí me sonaba a chino, la verdad, ya que iba a la India como una completa ignorante, sólo sabía que llegaba a Delhi, que existía Rajastán, el Taj Mahal y poco más) y me dijo que iba a casarse e iba a su casa a conocer a su novia porque era un matrimonio concertado (mi compañera de piso en Edimburgo era de Paquistán y se casó así también, así que no era la primera vez que lo oía, pero sí la primera vez que me enteré de que lo hacían en la India también y que era una práctica común).

Así que con las croquetas de mi madre compartiendo con aquel chico (sí, siempre que viajo, y aunque suene a coña, lo hago con un tupper pequeñito de los restaurantes chinos con 5 o 6 croquetas o lo que quepa de la mami) hice mi vuelo muy ameno y así llegué a Delhi. Además, el hecho de haber conocido a alguien tan amable, quien me dio su teléfono por si necesitaba algo en el país, me transmitió también mucha fuerza y energía positiva.

Y ni que decir tiene que mi llegada a Delhi fue con mayores anécdotas. En el control de pasaportes me dio mucha alegría que el oficial que me puso el sello me dijo algo de Rafael Nadal al ver que yo era española (lo cual me hizo mucha ilusión). Y nada más pasar inmigración me fuí a coger mi mochila y me dirigí a cambiar dinero, puesto que tenía que pagar al conductor que me venía a recoger para llevarme al hotel (600 INR si no recuerdo mal). Aunque hay un metro maravilloso y rápido para llegar al centro de Delhi, preferí optar por contratar el servicio de traslados directamente con el hotel donde me iba a quedar, ya que no tenía ni idea de nada de la ciudad y veía más seguro el traslado de «puerta a puerta» (tenéis que entender que era mi primera vez en Asia, quitando Turquía). Incluso a día de hoy siempre reservo un Uber o un Ola para llegar al hotel porque no sale ni a 400 o 500 INR de media y me resulta mucho más cómodo, especialmente cuando la mayoría de vuelos internacionales con conexión a Delhi llegan en la madrugada.

Y os preguntaréis por qué no fuí con rupias desde España, pero para vuestra información está prohibido sacar dinero de la India y no es posible comprar moneda en el extranjero, de ahí que sólo puedas hacerlo en el propio país. Por lo que me fuí a la oficina de cambio y, para mi sorpresa, había una cola interminable, puesto que (otra anécdota más) al primer ministro de la India, Narendra Modi, se le ocurrió de un día para otro quitar de circulación todos los billetes de 500 INR y de 1.000 INR, para regular el dinero negro y meter en circulación billetes nuevos de 500 INR y de 2.000 INR (algo que se haría gradualmente). Esta desmonetización fue ordenada simplemente 2 semanas antes de que yo llegase a la India (8 de noviembre de 2016) y no había mucho dinero en efectivo en ningún lado, además de que en los cajeros automáticos se puso el límite de 2.000 INR por tarjeta de crédito y día. Vamos, que llegué en un momento maravilloso para la economía de la India (no os podéis imaginar lo traumático que fue para mucha gente y la de problemas que hubo los 2 siguientes meses). En fin, que tuve que esperar más de 2 horas en la cola (mientras que el pobre conductor me esperaba fuera). Lo bueno de ello es que un chico encantador y guapísimo (sí, para qué voy a mentir, ciega no soy) me dio conversación hasta que nos tocó el turno. También me dio su teléfono por si necesitaba ayuda en la India y me dejó una buena sensación al ver que la gente era muy amable y hospitalaria.

Al final, y a pesar de los pequeños percances, todo salió bien y salí super contenta con mis rupias (había cambiado sólo 100 EUR, ya que en el aeropuerto siempre te dan menos cambio) rezando por encontrar a mi conductor porque pensé que se habría ido ya cansado de esperar (eran ya las 6 am y yo había aterrizado como a las 3 am). Y fue en ese momento al abrirse las puertas de salida de la terminal 3 del aeropuerto cuando percibí el olor a humo del que hablaba al principio de esta historia. Una bofetada de atmósfera ahumada que no olvidaré jamás.

Vi a mi conductor que estaba apoyado en la barandilla que hay en la salida con un cartel con mi nombre y allá que nos fuimos para mi hotel. No me podía creer que estaba, finalmente, en la India. Nos dirigimos a un coche blanco (todos los coches con conductor son blancos en la India, los taxis dependiendo de la ciudad cambian de color, por ejemplo son amarillos en Calcuta o negros y amarillos en Mumbai) y lo curioso fue que mi mochila no cabía en el maletero porque lo ocupaba un cilindro enorme de gas (el coche iba a propulsión a gas, como la mayoría de auto rickshaws y coches de gente mas humilde en la India al ser más barato). Era la primera vez que lo veía y me resultó muy curioso. Así que me senté en el asiento trasero con la mochila a mi lado. Nos alejamos del aeropuerto y ya estaba amaneciendo. Se veía todo con una luz anaranjada y con una mezcla de neblina. Pasamos por Aerocity con sus hoteles de lujo a la derecha, mientras que a mi izquierda iba gente andando que se dirigía a trabajar.

Nos paramos en una gasolinera para «ponerle» gas al coche y allí estuvimos otro buen rato esperando, pero me dio tiempo a observar a todos los conductores de auto rickshaw o tuk tuk que empezaban su día y estaban repostando también. Qué peculiares estos vehículos, me encantaron. Después de media hora o así seguimos nuestro camino.

Me parecía todo increíble, la luz anaranjada, el olor tan peculiar, la gente andando vestida humildemente, los saris de las señoras (tan guapas con sus coloridas ropas). Pero lo que más me sorprendió fue lo limpia que estaba la carretera. Desafortunadamente había oído a algunos de mis amigos comentar que India estaba llena de basura por todos lados y es lo que también había visto por televisión, con lo que, ignorante de mí, pensé que sería así por todas partes. A ver, para qué nos vamos a engañar, India no es el ejemplo de la limpieza personificada, pero hay zonas que están bastante limpias. Con esto quería decir que es mejor que no viajemos con ideas preconcebidas ni prejuicios, ya que nos pueden arruinar un viaje. Es mejor venir a la India como una «tabula rasa», decidir por ti mism@ y crearte una opinión de primera mano del lugar que visitas basada en tu propia experiencia.

El mejor momento del trayecto fue pasando por el Central Ridge Reserve Forest (un bosque gigante dentro del mismísimo Delhi), es ahí cuando empecé a ver a monitos por la acera y la verja del parque. Qué ilusión me hizo, me emocioné y todo, y es ahí cuando me di cuenta, por fin, con lágrimas en los ojos de que realmente estaba en la India.

Llegamos a un Paharganj casi desértico, concretamente a Main Bazar, a eso de las 7 am y el conductor me dejó en la entrada de un callejón y me indicó donde estaba mi hotel. Le di una propina y se fue tan contento.

Había elegido ese distrito de Delhi al leer en mi guía de Lonely Planet que era el lugar por antonomasia de los mochileros y antiguamente (años 70, 80 y 90) estaba lleno de extranjeros. Pensé que allí encontraría más hoteles, tiendas y restaurantes, además de estar al lado de la estación de tren de Nueva Delhi y a 10 minutos andando de Connaught Place (en el centro de la ciudad con una arquitectura británica colonial preciosa). Me metí por el callejón, que estaba lleno de cables colgando por todas partes, y, finalmente, hice el check-in en mi hotel: Smyle Inn. Mi habitación estaba en otro edificio más adentro del callejón y la encontré muy modesta (más de lo que parecía en las fotos), pero estaba la mar de contenta.

Por fin estaba en India, no me lo podía creer, había dado el paso para tirarme a la piscina y tener la aventura de mi vida. Me sentí súper orgullosa de mi misma, me sentí muy fuerte y feliz. Y así, con ese buen sentimiento, me dormí sólo por unas pocas horas, ya que estaba deseando salir a explorar la ciudad y el nuevo país que me acogía.

En el aeropuerto de Barajas (Madrid) preparada para facturar – 23.11.16


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Yolanda

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