Aquel 24 de noviembre de 2016 me desperté en la habitación de mi hotel en Delhi un poco aturdida y desorientada. Me había acostado a las 8 am, había dormido unas 3 ó 4 horas y estaba muy impaciente por salir a explorar la ciudad que me acogía. Por fin estaba en India y no me lo podía creer.
Una vez ya más despejada, y pensando en la odisea que había vivido para llegar a este maravilloso país, me puse a prestar atención a los detalles de mi habitación. ¡Qué peculiar me pareció todo! No me había dado cuenta hasta ahora de que la ventana, por ejemplo, no tenía cristal, sólo tenía una mosquitera que daba a un patio interior, o algo parecido, con muchos trastos. El baño, muy pequeño, era de lo más curioso, no había mampara de ducha, cortina ni ningún otro tipo de separación entre la taza del baño y el resto, por lo que había que dejar las chanclas en la puerta y entrar descalzo (luego me di cuenta en el transcurso de mis viajes de que todos los baños son así, aunque en hoteles de más categoría y casas modernas o más exclusivas sí puedes encontrar separación entre la ducha y el resto del baño).
Después de inspeccionar la habitación y asimilar que estaba sola al otro lado del mundo, me duché, vestí y salí derecha a explorar esta megalópolis que es Delhi. Cogí mi Lonely Planet (la cual se convirtió en mi mejor amiga durante mi primer año en la India) y mi mochila y salí hacia el metro, que no quedaba muy lejos de mi hotel. Pero no sin antes coger también todos mis documentos; los llevaba encima, con un cinturón de esos horteras que te pones por debajo de la ropa, iba con el pasaporte, tarjetas y dinero encima pensando que me robarían en el hotel o algo así (la gente me había metido miedo innecesario y luego me di cuenta de lo ridícula de ir viajando así, porque sólo hay que usar el sentido común y ser menos alarmista al visitar otro país).
En fin, volviendo a mi relato, me acuerdo de que al salir del hotel pude ver con claridad las calles y todo lo que me rodeaba. Era ya mediodía y la luz lo inundaba todo. Lo que más me sorprendió fue ver cables por todas partes colgados, pero no os podéis imaginar cuántos cientos de cables había, a diestro y siniestro, por las paredes, postes, cruzando los callejones de lado a lado, etc; vamos, un paraíso para un electricista 😀
Me quedé un poco alelada mirando hacia arriba con tanto cable y ya me puse a prestar atención a la calle, el Main Bazar de Paharganj. Parecía que ahí iba todo el mundo sin orden ni concierto, no le pude encontrar al principio la lógica, había mucho caos y libre albedrío, parecía que todo el mundo andaba como le daba la gana, así que siguiendo el «donde fueres haz lo que vieres» pues yo me fui igual, por medio de la calle, un poco esquivando coches, motos, rickshaws, tuk-tuks, bicicletas, carros, vacas y eso todo adornado del melodioso sonido de miles de pitidos, ya que todo el mundo iba dándole a la bocina.
Yo iba todo chula, como haciendo que sabía lo que hacía, pero después de andar unos 200 metros un amable caballero (que me vería perdida y nueva en la ciudad) me dijo que no podía andar por medio de la calle, ya que me iban a atropellar, que fuese por un lado, preferiblemente por la derecha y a seguir para adelante. Entendí que para sobrevivir en Delhi (y en India en general) sólo había que ir de frente y no pararte, no dudar con tu paso, etc, ya que podría poner en riesgo a los demás conductores si vas titubeando al andar. Aprendí que los pitidos son simplemente para avisarte de que te están sobrepasando, así que mantén el paso firme y listo, no gires bruscamente y todo irá bien 🙂
Y nada, con ese pequeño consejo, llegué a la parada del metro de Ramakrishna Ashram, que no estaba a más de 10 minutos andando de mi hotel, y allí me saqué un bono de tres días para poder ver la ciudad. Me dieron una tarjetita recargable con la que podías viajar ilimitadamente en el metro esos días y yo tan feliz de sentirme independiente y autosuficiente en tan gran ciudad.
Me acuerdo que ya en el metro (que funciona maravillosamente en Delhi, me encanta, es de lo mejores que he visto en el mundo) la gente me miraba mucho, fijamente, como si no hubiesen visto a una persona «blanca» en la vida. Yo no entendía por qué tanta mirada descarada (aunque con el tiempo lo llegué a entender, es la curiosidad por lo distinto, lo diferente, pero no lo hacen con ningún tipo de maldad). Yo iba vestida normal, con un pañuelo para cubrir el pecho y no llamar la atención, una camiseta oscura y pantalones anchos; pero claro, extranjeros no había apenas, por no decir ninguno, así que yo era el único «mono de feria» al que observar.
Me fui hacia Akshardham, un templo precioso hindú, al que me hacía mucha ilusión ver, puesto que en junio de 2016 había visitado su gemelo en Londres (hasta hacía poco era el templo más grande del mundo fuera de la India). Así que esta vez fui a ver el original, el indio. Sólo puedo decir una cosa: precioso. Sin más. Me pareció una belleza.
Para poder entrar tuve que dejar todas mis pertenencias en las taquillas de la entrada, por lo que no pude tomar fotos, pero yo súper feliz de poder estar en un sitio tan delicado, tranquilo y bonito. El templo era espectacular, todo hecho en mármol blanco, rodeado de jardines preciosos. Además, en el recinto había una exposición que explicaba el hinduismo, lo cual me pareció fascinante. Pasé el día paseando por allí, disfrutando de la grandeza del templo y del museo. Me sentí muy feliz con mi día, pero el hambre comenzó a apoderarse de mí y ya no podía pensar bien, jajaja. Además, tuve un percance o «anécdota» con un sacerdote que había en la salita de Abhishek haciendo ofrendas (me tocó repetidamente cerca de mi escote de una manera que me hizo sentir incómoda, y lo hizo de un modo que luego no sabía si ha sido imaginación mía o qué, además, siendo sacerdote no quieres pensar mal…). En fin, que entre el hambre y esta situación «extraña» me quise volver hacia el centro.
Vi muchos puestos de comida camino al metro y todo tenía una pinta maravillosa, estaba salivando como los perros de Pavlov, pero como había leído que debía tener cuidado con la comida callejera, decidí no arriesgarme y fui derecha hacia el Parlamento y la Puerta de Delhi y pensé que ya comería luego en algún restaurante en «mi barrio».
Me bajé en la parada de Central Secretariat, pero cuando salí del metro la zona era muy grande y aunque estaba iluminada, no me resultaba todo muy claro por la «bruma» o neblina que había. El Parlamento, impresionante, lo dejé atrás y fui hacia la Puerta de la India o India Gate. Como no había mucha gente, el boulevard era enorme y estaba algo oscuro, me acerqué a un grupo de señoras locales que también iban para allá y caminé con ellas, aunque no hablaban inglés. Fue divertido porque me hablaban y se reían sin entendernos, pero me «adoptaron» por unos 10 minutos y me hicieron sentir cómoda y segura.
Ya en India Gate o Puerta de la India vi a muchísima gente local disfrutando de un paseo, comiendo dulces, helados, algodón de azúcar y haciendo miles de fotos. El lugar me pareció espectacular, tipo Arco del Triunfo, dedicado a los 70.000 soldados indios que perdieron la vida luchando por el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial.
Me encantó la belleza del lugar y el verme dentro de la cultura local, pero lo más curioso fue que todos comenzaron a pedirme fotos, ya que querían hacerse selfies conmigo. Fue bastante divertido y me hicieron sentir muy bien, como una auténtica celebridad 😉
Ya apurando la tarde al máximo, decidí acercarme a Connaught Place en rickshaw (el primero que cogía), que resultaba que estaba muy cerca y acabé pagando unas 50 INR por 5 minutos de viaje. En cuanto me dejó en esta preciosa plaza de estilo británico neoclásico, se me acercó un amigable hombre que me dijo que trabajaba para una agencia de viajes y me convenció para ir a su tienda. La historia os la podéis imaginar, me quisieron vender un «paquete» de billetes de tren de 2 semanas por 300 euros. Me fui de allí diciendo que me lo pensaría y cogí el papel dónde me habían escrito un itinerario maravilloso que hacer en Rajastá; la verdad que me sirvió mucho para planificar mis visitas porque no tenía ni la más remota idea de qué iba a hacer hasta navidades (que era cuando tenía que estar en Goa para celebrarlas con una amiga que estaría allí también). Mi error fue que le di mi whatsapp al de la agencia y me estuvo bombardeando con mensajes hasta que lo bloqueé, pero aprendí una fantástica lección: en India no des tu teléfono a casi nadie o no pararás de recibir mensajes agobiantes. La otra lección es: no te fíes de ninguna agencia de viajes local que te intenta «cazar» en la calle, son timadores natos.
Ya cansada y con hambre de infarto, cogí el metro y me fui a Paharganj (sólo es una parada) y allí me fui a buscar restaurante, pero había tantos que no sabía donde elegir. Así que le pregunté a un chico de una tienda y me dijo que él sabía de un sitio genial con buena comida y música. Se «auto invitó» diciendo que él también iba a cenar y que se pagaría lo suyo y listo, que sólo quería hablar y hacer amigos, así que como estaba al lado le dije que sí y me llevó a un bar más que a un restaurante: Your´s Bar. Era un poco surrealista, con mujeres sentadas cantando canciones antiguas en hindi al final del local y los señores les daban dinero si les gustaba la interpretación. La verdad es que me pareció divertido y la comida (butter chicken recuerdo) estaba deliciosa. Además, probé mi primera cerveza, la famosa Kingfisher. El chico (Khan) me contó mil historias, parecía simpático, aunque luego fui entendiendo cómo funciona todo, especialmente en el norte de la India (gente que te intenta camelar para tener una «historia» contigo, venderte alguna cosa o sacarte dinero…). Éste fue el primero de muchos que lo intentó, pero menos mal que mi desconfianza y mi instinto han estado siempre a mi lado en la India, así que se quedó todo en una enseñanza y una anécdota (que ya os contaré en otra capítulo).
En resumen, mi primer día en la India fue emocionante y lleno de sorpresas. Me encantó, viví muchas aventuras, todas súper enriquecedoras. Aprendí mucho y descubrí cosas muy distintas a mi mundo. Desde la peculiaridad de mi hotel hasta la belleza de los templos y la amabilidad de la gente, todo fue una experiencia única. Aprendí a moverme sola, conocí a gente buena y no tan buena, pero todo estaba siendo parte de un viaje auténtico.
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