No sabría bien responder ni cómo, ni cuándo, ni por qué… Creo que la vida me ha ido dando pistas, aquí y allá, y, al final, me ha llevado a donde estoy hoy (escribo esto sentada en mi habitación en un hotelito en el pueblo costero de Varkala, Kerala, la India).
No sé exactamente cuándo se originó mi curiosidad ni mi interés por la India. Creo que fue un conjunto de cosas, pero casi que diría que aprendí a amar este país el día que llegué aquí por primera vez, el 24 de noviembre de 2016.
Lo que sí recuerdo es que cuando era pequeña, por algún motivo, mi madre o mi padre (eso es lo que se me escapa, uno de los dos) trajo a casa unos libros de cartulina que contenían unas maquetas. Con cada libro podías construir un modelo a escala de un monumento conocido. Y el que recuerdo muy bien (y todavía lo tenemos en la casa del pueblo) es una maqueta del Taj Mahal.
Lo construímos lo mejor que pudimos, sólo necesitamos unas tijeras y un poco de pegamento y lo tuvimos un tiempo en la casa de Madrid, hasta que se convirtió en un trasto más y lo llevamos al pueblo. Al ser tan bonito monumento, creo que a mi madre le dio pena y no lo quiso tirar y, a día de hoy, aunque ya no está entero y nos faltan las columnas, al menos mantenemos lo que es el edificio principal. Y allí anda, en la casa de verano, encima del armario de mi habitación (que está igual que hace 20 años) y, cada vez que lo veo, me trae buenos recuerdos de la infancia.
Volviendo al Taj Mahal, puede ser que por esa pequeña anécdota, mi curiosidad por la India empezase a surgir, pero tampoco tuve mucho conocimiento real del país hasta que no vine aquí. Y eso que estudié Antropología Social y Cultural, pero en la universidad no cubrimos mucho la India. Sólo tuve un ramalazo con este país cuando, estudiando 5º de la carrera, vi un anuncio en la universidad en el que se buscaba un asistente para ir a la India para un trabajo de campo, así que hice la entrevista para la selección, pero mi novio de por aquel entonces y mis padres no lo vieron muy claro y un poco dudoso… Con lo cual, al final, en una anédota se quedó.
Yo, la verdad, es que quería tener mi aventura fuese como fuese y estaba un poco con el radar para irme a cualquier parte con cualquier excusa.
De todas formas, es curioso, pero la idea que me creé de la India fue un conjunto de flashes en mi cabeza de una película de la adolescencia que vi en el bar de abajo (recuerdo claramente que se trataba de Kali, la diosa hindú de la destrucción y la muerte, cuya imagen se me quedó tan grabada que mi primera dirección de email fue con el nombre de Kali_) y la película de «Indiana Jones y el Templo Maldito». Luego ya mas mayor, la imagen que fuí adquiriendo de este país fue la que absorbí, en cierta manera, en documentales, películas y noticias que se oían en la televisión (y no precisamente positivas).
Finalmente, acabé imaginando un país caótico, de locura, con muchos colores y pobreza por doquier, y con un edificio tan fascinante como el Taj Mahal. Ése era mi conocimiento de la India que se fue ampliando con música de Punjab (gracias a mi primo Samuel) o con películas como «La boda del monzón» o la famosa «Slumdog Millionaire».
Con esta «información» en mi cabeza y viendo las típicas imágenes de los trenes kilométricos de la India, me imaginaba allí, montada en uno de esos trenes, y mi interés hacia este país creció y creció y me empezó a picar mucho el gusanillo de querer venir aquí. Además, mi amor por otras culturas, mi interés por lo exótico, por otros países, historia, tradiciones, gastronomía, etc., todo ello me hacía imaginarme la India como el paraíso de una antropóloga frustrada (no acabé la carrera por dos asignaturas) al que me moría por ir.
Sí que recuerdo bastante la imagen de una chica que conocí en el 2008 en Madrid. Era muy afín a mí, con el culo inquieto y había vivido ya en varios sitios y me pareció algo que yo también quería hacer, pero me asustaba mucho. El caso es que, cuando yo vivía en Edimburgo, ella se fue a la India a hacer unas prácticas (en el 2009) y empezó a escribir un blog donde narraba sus vivencias en Delhi. Yo seguía dicho blog y lo que contaba me resultaba muy pintoresco y extraño a la par. Aún así, me inquietaba el conocer más. Era lo mismo que sentía con algunas asignaturas de Antropología Social y Cultural, donde se mencionaban pueblos y tradiciones fascinantes, de las cuales quería saber más. La cosa fue que, esta chica, en una de sus historias en el blog, «colgó» una foto suya en uno de esos famosos trenes indios y se me quedó grabada en la retina a fuego. Me di cuenta que quería, anhelaba y deseaba ser yo esa persona subida en ese tren; quería tener los ovarios de poder hacer lo mismo. Imagínate si me impactó tanto, que me puse como objetivo eso: conseguir una foto como esa en una aventura épica, mi aventura. Y gracias al universo años después me monté en muchos trenes como ése y conseguí, por fin, también mi foto.
Mas tarde, luego ya estudiando la carrera de Turismo en Edimburgo, conocí a la que sigue siendo a día de hoy una buena amiga y con la que compartí muchas charlas y muy intensas sobre espiritualidad. En esos momentos se fue haciendo mucho más presente la idea de que, algún día, viajaríamos a la India (rondaba el 2012 y mi amiga, actualmente, vive a los pies de los Himalayas, al norte de la India).
Sin embargo, y siendo honesta, no sé por qué me atraía tanto la India (ya que lo desconocía bastante, sólo tenía una amalgama de ideas del país que me construí en la cabeza), pero lo veía como la mayor aventura del mundo mundial y para mí, ir a la India, implicaba el ser una «Superwoman». Pensaba que, si hacía algo así, me convertiría en una mujer súper valiente y con mucho coraje.
A largo de mi estancia en Inglaterra, recuerdo restaurantes indios, visitas a templos hindúes en Londres, mi vida en Tooting Broadway (que fue un subidón de alegría, ya que este barrio estaba vivo, era una mezcla entre India y Paquistán, todo lo contrario a Wimbledon Park, aburrido a morir) y me encantaba, me sentía como en casa. Todo eso, junto con mi pasado, que si un poquito de aquí y otro poquito de allá, fue trazando un camino y un deseo en mi corazón de poder visitar este país algún día.
Y ¿qué decir de las personas que habían estado en la India? Me daban envidia sana, admiraba su valor y, en secreto, quería ser como ellas. Pensaba «y ¿por qué no puedo hacerlo yo también? Si ella puede y el otro también, ¿por qué yo no?» Sin embargo, el miedo al fracaso era mas fuerte; yo llevaba otra vida y me ponía excusas para no hacerlo, hasta que un día no me quedaron mas excusas y me tuve que ir a la India.
No olvido tampoco una cosa que me dijo mi madre en abril del 2016 antes de volver a Londres. Estaba un poco nostálgica, organizando mi habitación en la casa de mis padres, viendo los apuntes de la universidad de Trabajo Social (sí, esa fue mi primera carrera) y de Antropología, y me empecé a acordar de las ganas que tenía de irme de cooperante a Latinoamérica o a África cuando estaba estudiando. Me puse a protestar y a lamentarme de no haber tenido nunca el coraje y de haberme creado mil problemas en la cabeza para evitar hacer algo así, a lo que mi madre me contestó: «¿y por qué no te vas ya de una vez?» Y ahí tuve el empujón que necesitaba. 7 meses mas tarde me fuí!
Mi capitulo de Reino Unido se cerró después de 8 años allí. Dejé mi trabajo en Londres, una relación tóxica (que, afortunadamente, me empujó también a irme) y una vida que no me llenaba.
Me nutrí de la gente «bonita», de gente que había estado en la India, de gente abierta de mente que creía en mí y acepté sus consejos, los positivos, los motivadores (especial gracias a mis compañeros de piso en Tooting Broadway: Ángel, Margot y Felipe; y a Tara por tener la paciencia de contestar a todas mis preguntas para organizar mi viaje). Y, por una vez en la vida, ignoré a la gente que decía cosas negativas y nada constructivas. Y, así, sin más, me marché a coger un tren de esos kilométricos ;-)
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